Gozar de una buena autoestima es básicamente tener una sensación de llevarnos bien con nosotros mismos, de querernos, de valía personal, de confianza ante nuestra capacidad para afrontar los desafíos de la vida y de creernos también merecedores de disfrutar de las cosas buenas que ésta nos ofrece.
La autoestima es importante porque tiene que ver con aspectos esenciales de nuestra existencia, tales como la manera en qué nos relacionamos con los demás, la profesión y la pareja que escogemos y el grado de paz y armonía interior que alcanzamos.
Así, por ejemplo, en el tema del amor si no nos queremos a nosotros mismos, nuestra inseguridad nos hará también desconfiar de que los demás puedan querernos y, como consecuencia de ello, podremos provocar involuntariamente conflictos que terminen por dañar o romper el vínculo con lo cual, finalmente, reforzaremos nuestra creencia de no ser dignos de amor o no ser capaces de alcanzarlo. Es como el pez que se muerde la cola. Por otro lado, difícilmente vamos a poder querer a los demás si no nos queremos nosotros: de todos es sabido que no se puede dar aquello que no se tiene. A lo sumo, podremos hablar de dependencia, pero no de amor auténtico. Además, con una baja autoestima es posible que en lugar de buscar a personas apropiadas para nosotros, valorándolas por sus cualidades y el grado de compatibilidad que tengamos con ellas, tendamos simplemente a buscar personas que nos acepten, que no nos rechacen.
En el tema del trabajo ocurrirán cosas parecidas. Guiados por el miedo más que por la ilusión, por la inseguridad más que por la confianza, por el afán de seguridad más que por el riesgo creativo, lógicamente actuaremos por debajo de nuestras posibilidades e incluso nos sabotearemos posibles éxitos. Finalmente, ¿cómo podemos alcanzar paz y equilibrio interno si nos machacamos a menudo con pensamientos negativos sobre nosotros mismos, si no nos aceptamos mínimamente, si nos llevamos “a matar” con nuestro propio yo?
En el tema del trabajo ocurrirán cosas parecidas. Guiados por el miedo más que por la ilusión, por la inseguridad más que por la confianza, por el afán de seguridad más que por el riesgo creativo, lógicamente actuaremos por debajo de nuestras posibilidades e incluso nos sabotearemos posibles éxitos. Finalmente, ¿cómo podemos alcanzar paz y equilibrio interno si nos machacamos a menudo con pensamientos negativos sobre nosotros mismos, si no nos aceptamos mínimamente, si nos llevamos “a matar” con nuestro propio yo?
• LOS PILARES DE LA AUTOESTIMA
. Nathaniel Branden, un autor que ha publicado varios libros sobre la autoestima, considera cómo pilares básicos de la misma:
• Vivir conscientemente. Es decir, con una actitud abierta y no defensiva que nos permita reconocer los hechos de la realidad –interna y externa- lo más objetivamente posible. Por ejemplo, algo tan simple -y tan difícil también a veces- como ser capaz de reconocer y aceptar que estoy enfadado cuando estoy enfadado o que estoy triste cuando estoy triste, sin quererlo disfrazar de otra cosa O la capacidad de distinguir los hechos tal como se dan, la realidad “objetiva”, de mis fantasías acerca de cómo me gustaría que fueran las cosas o de cómo temo que puedan llegar a ser. O la capacidad de estar “presente” en lo que hago en cada momento: si escucho, estoy totalmente disponible para la escucha, y no en otra parte, etc.
• La aceptación de uno mismo. Supone que elijo valorarme y tratarme con respeto, admitiendo y aceptando lo que veo en mí con benevolencia. No significa necesariamente que me guste, sólo que lo reconozco como mío. No significa tampoco que renuncie a cambiar sino más bien lo contrario ya que para cambiar, primero hay que reconocer lo que hay. Por ejemplo, no puedo adelgazar si no reconozco que tengo un problema de sobrepeso.
• La responsabilidad hacia uno mismo. Significa estar dispuestos a asumir la responsabilidad por nuestra vida, por hallar recursos para satisfacer nuestras necesidades, en lugar de culpar a los demás o a las circunstancias, o esperar a que alguien o algo nos venga a rescatar y solucione todos nuestros problemas y carencias. Ahora bien, ser responsable tampoco implica ser responsable de "todo”, ya que siempre habrá aspectos de nuestra vida que escapen a nuestro control, y eso también tenemos que asumirlo.
• La autoafirmación. Podríamos definirla como la capacidad de respetar nuestros deseos, necesidades y valores y buscar una forma de satisfacción o expresión de los mismos adecuada a la realidad. Lo opuesto a esto podría ser tanto reprimir nuestras necesidades legítimas para evitar el conflicto o para complacer, como una actitud excesivamente beligerante o agresiva, irrespetuosa con los derechos de los demás.
• Vivir con propósito. Implica tomar las riendas de nuestra vida y procurar vivirla de acuerdo a unos valores y objetivos que hemos elegido libremente y de forma consciente, en lugar de dejarnos llevar pasivamente por las circunstancias del azar o delegar la responsabilidad de nuestra existencia en personas, instituciones o valores ajenos a nosotros, sea por comodidad o por miedo. Implica asimismo ser capaces de fijarnos metas concretas y realistas, y de cultivar la autodisciplina necesaria para llevarlas a término sabiendo que, a veces, tendremos que posponer la gratificación inmediata de algunos deseos en beneficio de otros proyectos o metas a más largo plazo.
. Olga Castanyer, después de considerar la autoestima, como “el conjunto de pensamientos, sentimientos y conductas que hacen que una persona se considere digna de ser valorada y querida por sí misma, sin necesidad de depender del exterior para ello”, nos avisa de que podemos apoyarla en factores erróneos como son: a) La dependencia de los demás: si sólo nos sentimos bien cuando los demás nos valoran, o b) La necesidad de presentar méritos: si sólo nos sentimos bien cuando creemos que somos buenos padres, buenos hijos, buenos amigos, buenos profesionales, etc.
• COSAS QUE PODEMOS HACER PARA ELEVAR NUESTRA AUTOESTIMA
Entre la autoestima y nuestros actos existe una causalidad recíproca. Es decir, ambos se influyen mutuamente. Así, por ejemplo, si bien es cierto que si me quiero más a mí mismo posiblemente seré capaz de tener mejores relaciones con los demás, no es menos cierto que si soy capaz de hacer determinadas cosas con éxito, por ejemplo fijarme metas y cumplirlas, eso también aumentará mi autoestima.
He aquí, pues, algunas cosas que podemos hacer para elevar nuestra autoestima:
• Evitar lastimarnos a nosotros mismos . Aprender a tratarnos con respeto y comprensión, a hablarnos en términos positivos en lugar de “machacarnos” con pensamientos derrotistas o juicios excesivamente críticos y despiadados, y a dejar de lado hábitos y conductas destructivas. Para ello podemos utilizar, entre otras, las técnicas del pensamiento positivo o la planificación de objetivos –explicadas en artículos anteriores de esta revista- o, buscar ayuda terapéutica, en caso necesario.
• Aprender a decir “no” , a no dejarnos manipular por chantajes afectivos, etc. A menos que algo esté dentro del ámbito de nuestras responsabilidades, no tenemos obligación de realizarlo. Y menos bajo coacción o amenaza. Como contrapartida, debemos estar dispuestos a aceptar que los demás puedan negarse a satisfacer algunas de nuestras demandas.
• Considerar nuestras necesidades de supervivencia y bienestar físico y emocional como prioritarias. Las actitudes de “mártir” o de “víctima sacrificada por el bienestar de los demás” terminan pasándonos o pasándoles a los otros, tarde o temprano, una elevada factura que se puede traducir en enfermedades físicas o psíquicas, baja autoestima, rencores y resentimientos soterrados susceptibles de explotar en cualquier momento, etc. Sólo a partir de la satisfacción de nuestras necesidades básicas, podremos atender adecuadamente a las de los demás. Entre nuestras necesidades de bienestar emocional estarían el derecho a ser tratados con dignidad y respeto, a decidir lo que es mejor para nosotros, a expresar nuestros propios sentimientos y opiniones, a pedir –no a exigir- lo que queremos y necesitamos, a ser escuchados y tomados en serio y a proteger nuestra salud física y mental, aún cuando esto último a veces requiera comportamiento agresivo o inseguro o pueda molestar a los demás.
• Convencernos de que no necesitamos hacer nada especial para considerarnos seres humanos valiosos. Somos valiosos, y dignos de amor y respeto, por el mero hecho de existir y no necesitamos hacer nada especial para merecerlo, más allá de asumir unas reglas mínimas de convivencia y de respeto mutuo. En otras palabras, no somos lo que hacemos- y mucho menos lo que tenemos- y cometer errores no nos convierte tampoco automáticamente en personas malas o indignas.
• Arriesgarnos para conseguir aquello que queremos, actuar en lugar de solamente “soñar” con hacer cosas, comprometernos con aquello que realmente nos importa, decidir acerca de las cosas importantes en nuestra vida, ser actores en lugar de meros espectadores y no abandonar a la primera dificultad. Y pensar si estamos viviendo realmente nuestra propia vida, o bien estamos viviendo la que otros nos han asignado.
• Asumir plena responsabilidad por lo que sucede en nuestra vida y , de la misma manera, no asumir responsabilidades ajenas . Ello implica, por un lado, evitar actitudes culpabilizadoras o derrotistas, poniendo nuestra energía en lo que nosotros podemos hacer para mejorar las cosas y no en meditar acerca de la mala suerte que tenemos, en cómo “debería” ser la vida o en lo que los demás “deberían” cambiar. Y, por otro lado, implica no dejarnos chantajear por sentimientos o reacciones de otras personas con actitud victimista o manipuladora ni crearnos obligaciones que atenten contra nuestro bienestar y derechos humanos básicos.
• Tomar nuestras propias decisiones en lo referente a nuestra vida . Tenemos derecho a ser protagonistas de nuestra vida, lo cual implica tener el coraje de decidir por nosotros mismos y responsabilizarnos de hacia donde queremos ir. Podemos escuchar a todos, pero en última instancia la decisión final de lo que hacemos con nuestras vidas nos corresponde a nosotros.
• Aceptar como lícitos y naturales todos nuestros pensamientos , sea cual sea su naturaleza, teniendo presente que hay una enorme diferencia entre pensar algo y hacerlo. Yo puedo sentir rabia, o deseos de agredir a alguien, o puedo tener fantasías sexuales que me avergüencen, etc. pero por el sólo hecho de pensarlo no me convierto automáticamente en una mala persona ni soy culpable de nada. Es más bien la represión o la negación de aquello que pensamos o sentimos lo que suele causar problemas al provocar una escisión dentro de nosotros mismos.
• Buscar el lado positivo de las cosas . Cuando las cosas no salen como yo quisiera, puedo amargarme pensando en la mala suerte que he tenido o puedo buscar el lado positivo de la situación o la forma de solucionar el problema. Puedo pasar del “¿Por qué me ha de pasar esto a mí?” a “¿Qué puedo hacer para...?”.
• En momentos difíciles de nuestras vidas, procurar mantener nuestras rutinas, aún cuando nos parezcan carentes de sentido . Es decir, seguir haciendo lo que solíamos hacer habitualmente –por ejemplo: acudir al trabajo, llamar a los amigos, practicar un deporte, etc.- en la medida de lo posible. Ello nos dará una sensación de estabilidad que nos ayudará a recuperar la paz interior.
• Cuidar nuestra salud con una dieta equilibrada, ejercicio regular, etc.
• Reservarnos cada un día un tiempo para nosotros, un espacio para hacer cosas que nos gusten hacer, para descansar y reflexionar, para recuperar nuestras energías y nuestras ganas de vivir.
• No preocuparnos excesivamente por la impresión que causaremos en los demás y aceptarnos tal como somos , con nuestra personalidad única y singular, en lugar de esforzarnos por ser iguales y seguir al rebaño. Nuestra diferencia es también riqueza y, si en lugar de escondernos de ella, tenemos el valor de aceptarla y expresarla, mejorará nuestra autoestima y la calidad de nuestras relaciones con los demás.
• Mejorar nuestra capacidad para resolver problemas y , al mismo tiempo, ser capaces de buscar ayuda cuando la necesitemos .
• Ser flexibles con nosotros mismos. Fijarnos grados de exigencia realistas en lugar de pretender hacer las cosas perfectas. Ser indulgentes con nosotros mismos cuando nos equivocamos, aprendiendo de nuestros errores en lugar de culpabilizarnos.
• Aprender a comunicarnos de forma eficaz , con capacidad para expresar nuestros deseos y necesidades de forma asertiva y no violenta, de defender nuestros propios derechos sin dejarnos manipular ni manipular a los demás.
• Procurar orientar nuestra vida hacia el “ser” más que hacia el “tener ”. Dar prioridad a los valores humanos más auténticos, al propio crecimiento personal y a la calidad de vida y de las relaciones que mantenemos con los demás antes que a la posesión de objetos, estatus social o riqueza material. Más allá de un mínimo necesario para vivir con dignidad, lo que importa realmente no es lo que tenemos sino lo que somos y cómo nos sentimos, en lo más profundo de nuestro ser, con la vida que estamos viviendo.
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